lunes, 9 de junio de 2008

CHILOE


No sé de quién pero conozco el "para", para los hijos del agua. De algún forjador de versos cortos y largas estrofas
llenas de verde lluvia .....


Chiloé


Escribo sobre una costa hirsuta
que las coordenadas de sal procelosa
y abismal desvarío de iras terrestres
dispusieron como un perfil corroído,
donde mar y granito, asalto y resistencia
señalan el pulso de la geografía.

Nadie estuvo allí cuando las lenguas glaciales
lamieron su amenaza atroz
quebrantando la pétrea cintura
hasta descontrolar el orden del planeta.

Los hielos milenarios congregados
descoyuntaron la piedra con su peso sideral
desmembrando granito y sílex, roca abismal,
materias que el roce del agua guerrera aplacó
y redujo a frontera de polémico embate.

Un archipiélago entonces,
un mar interrumpida de islas
inscribió su ser disperso en la geografía,
y el viento austral indagó sus latitudes,
y la lluvia elevó bosques de impenetrables perfumes.

Pueblos cuya prosapia
aúlla sus huesos extintos
en el confín de los ventisqueros inalcanzables,
pueblos que las tormentas finales
dotaron de acérrimo aguante y largas fatigas,
anclaron su errar ciego al pie de la niebla,
y allí entonces bullicio y alfarería,
arduo trajín de embarcaciones y peces,
arquitectura olorosa a vuelo y resinas,
comunidad de rostros como el océano.

Los hijos de la rutas salobres
clavaron sus aldeas de escamas resinosas
en la encrucijada de los húmedos vientos,
y surcaron la tierra con sus manos agrietadas
haciendo saltar tubérculos, bulbos fibrosos,
amasijos de luz oval, pulpa lustrosa,
granos que el sol doró de rojos destellos.

Ahora recorro los pueblos de pulso bullente,
los puertos que el mar polemiza, en la orilla,
interrogo los rostros donde el océano ondea,
piso los fríos guijarros que el agua lame, gastando,
entro en las iglesias como en un bosque dormido,
palpo la ruda piel de la artesanía,
y todo me devuelve en un delgado temblor
a la edad sepulta, a la niebla virgen,
a la lluvia primaria mojando las islas,
al vagar de los pueblos por las rutas salobres.

Amo, Chiloé, tu torrencial geografía
disgregada en la espuma destellante,
tu arquitectura que la madera abraza
como una madre silvestre sublimada,
tu pueblo auroral de mágicos dedos,
tus iglesias donde penetro temblando
y rezo transido de aromas terrestres,
tu mar procelosa erizada
de olas y peces y estrellas,
tu mar que guarda como rituales ofrendas
los huesos de los pescadores muertos,
la cal de tus hijos devueltos al útero sacro.

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